La huelga de la Canadiense de 1919 conquistó la jornada laboral de 8 horas para la clase trabajadora. Esta conquista era fruto de décadas de lucha organizada y fue protagonizada por la CNT. Ya en 1931 se recogieron por ley las 8 horas de jornada o 48 semanales, ratificándose los acuerdos de la OIT en un contexto, el de la II República, en el que la lucha obrera y la acción sindical no hicieron más que crecer y cabía esperar mucho más. Así, por ejemplo, en marzo de 1936 se conquistó la jornada semanal de 44 horas para las industrias siderúrgicas, y en junio el Sindicato Unificado de la Construcción de Sevilla consiguió firmar un Convenio que reconocía, entre otras cosas, la jornada de 6 horas o 36 semanales. La sangrienta represión generada a partir del golpe de estado fascista un mes después y la final derrota de la Revolución social, segaron todas estas conquistas haciendo volver a la clase trabajadora a una jornada semanal de 48 horas legales, aunque las jornadas reales pudiesen superar esas cifras (sin contar el trabajo esclavo en campos de concentración y otras realidades de la dictadura).
No fue hasta el final de la dictadura, en un momento de aceleración de la conflictividad social y laboral, cuando se comenzaron a reconquistar posiciones respecto a la duración de la jornada. En 1976, 40 años después del golpe de estado, se aprobó la jornada semanal de 44 horas; en 1980, con el Estatuto de los Trabajadores, se reconoció la jornada de 42/43 horas; y finalmente, en 1983 se instauraba la actual jornada semanal de 40 horas. Aquella conflictividad y continua movilización fue remitiendo al calor del espejismo de la democracia del régimen del 78, y 42 años después nada ha cambiado.
En los últimos años el Gobierno de PSOE-Sumar no ha dejado de prometer una nueva reducción de jornada, aunque lo que en un inicio iban a ser 35 horas semanales parece haberse quedado en 37,5, si es que llega a aprobarse algún día y no queda guardada en el inmenso cajón de las vergüenzas y traiciones de la izquierda institucional. Nosotras decimos bien claro NO a la jornada de 37 horas y media. Entendemos que es un engaño más a las trabajadoras. Media hora menos de jornada diaria es una burla más de 100 años después de conseguir las 8 horas. Además, esa reducción no supondrá mayores obstáculos a los insultantes beneficios empresariales; más bien será un pretexto para una subida generalizada de precios que absorberá sin mayor problema las hipotéticas pérdidas de producción con un aumento obligado de la productividad; el coste lo pagará la clase trabajadora: más destajo y subidas de precios. Esto ya ocurre con las reducciones de la jornada anual, tan progresivas que son casi imperceptibles. No cabe duda de que produciremos en 7 horas y media lo que ahora producimos en 8.
Queremos dejar de vivir para trabajar y emplearnos en vivir nuestras vidas. Disfrutar de nuestra gente, de lo que nos gusta, de lo que nos interesa. Poder cuidar, poder amar, poder reír o poder hacer lo que nos de la gana. Queremos ser soberanas de nuestra vida y tener la capacidad de organizarnos sin tener que pensar continuamente en las horas que nos esperan mañana en el curro, en dónde dejaré a las niñas, en cuándo me van a dar cita para mirarme la maldita ansiedad que me provoca el destajo, en cuándo será la próxima vez que podremos cuadrarnos para salir a dar una vuelta por el campo o cómo seremos capaces de cuidar a madre y a padre si no tenemos tiempo para nada. Y queremos currar lo necesario, no más.

No dudamos que trabajar 37,5 horas es preferible a hacerlo 40, pero estamos convencidas de que hay que ir mucho más allá. Lo que pretendemos es crear una alternativa que sea tangible para las trabajadoras, un aumento sustancial de nuestro bienestar: menos trabajo, más tiempo y más salud. En definitiva, trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Por ello, frente a sus cuentos, la postura histórica de la CNT es clara: JORNADA SEMANAL DE 30 HORAS SIN REDUCCIÓN DE SALARIO
Nuestra propuesta se resume en los preceptos: TRABAJAR MENOS, TRABAJAR TODAS, PRODUCIR LO NECESARIO, REDISTRIBUIR TODO.
TRABAJAR MENOS Porque desde que la burguesía triunfante en la Revolución Industrial impuso la productividad como eje central de la economía y del trabajo, los avances tecnológicos han ido reduciendo los tiempos de trabajo necesarios para fabricar este o aquel producto o para llevar a cabo una u otra tarea. Y porque merecemos tiempo para vivir nuestras vidas y no vivir para trabajar, descansar y seguir currando. Si la tecnología nos hace más fáciles y rápidas las tareas ¿Por qué no trabajamos menos tiempo?
TRABAJAR TODAS Porque si las tareas son más rápidas y sencillas ahora, obligar a quien trabaja a continuar en el puesto de trabajo las mismas horas que hace 40 años conduce irremediablemente a que no haya trabajo para todas. El modelo funciona siguiendo la lógica del miedo: quien esté en el paro empleará sus esfuerzos en conseguir un curro y quien lo tenga en no perderlo. En una sociedad justa, las tareas necesarias para la vida, dentro y fuera del hogar, se han de repartir. Si hay tanta gente en el paro ¿Por qué trabajar tantas horas en lugar de repartir los trabajos?
PRODUCIR LO NECESARIO Porque el ritmo depredador impuesto por el capitalismo implica la creación de nuevas necesidades continuamente que han de ser satisfechas por las trabajadoras para que nosotras mismas las consumamos, con el único propósito de aumentar más las cuentas de beneficios de las patronales. Esta vorágine productivista no sólo implica la creación de trabajos nuevos que son innecesarios, sino que acrecienta el despojo y la destrucción de los ecosistemas naturales y las sociedades del Sur Global. Si gran parte de lo que producimos no sirve para nada y este ritmo de producción destruye el Planeta ¿Por qué tenemos que matarnos a trabajar para producir tanto?
REDISTRIBUIR TODO Porque queremos trabajar para vivir, no para que unos cuantos parásitos naden en la opulencia a costa de nuestro trabajo mientras la clase trabajadora vive con lo justo o directamente en la miseria. La reducción y redistribución del trabajo han de ir de la mano de la redistribución de la riqueza, empezando por los medios de producción. El trabajo organizado colectivamente, sin depender de la voluntad y el ansia de riqueza de la patronal, asegura una adecuación de los ritmos y tiempos de trabajo a las necesidades de las propias trabajadoras, y no a los beneficios patronales. Si la mayoría de nuestro trabajo está destinado a enriquecer a unos pocos ¿Por qué seguimos trabajando así?